De la gigantesca Beijing a las pequeñas aldeas en Xishuangbanna

Marco Curi Gutierrez
Investigador afiliado al Centro de Estudios sobre China y Asia-Pacífico
A inicios de junio, fui seleccionado en el Summer School de “Global Development and Country/Region Studies”, organizado por China Agricultural University (CAU) y realizado entre el 29 de junio y 12 de julio para reflexionar y discutir sobre cómo China ha impulsado su “desarrollo”, así como el de otros países. Lo atractivo de este Summer School fue poder combinar clases teóricas en las aulas de CAU en Beijing y posteriormente viajar a la ciudad de Xishuangbanna, ubicada al sur de China en la región de Yunnan para observar de cerca cómo las aldeas de esta ciudad se han convertido en lugares que atraen a miles de turistas.
Primeras impresiones: Beijing como aula viva
Era mi primera vez en China, y aterrizar en Beijing fue una experiencia tan abrumadora como fascinante. La ciudad, inmensa y vibrante, parecía bailar entre la modernidad y la tradición con una armonía casi poética. A pesar de mis inquietudes iniciales por el idioma y las diferencias culturales, desde el primer día me sentí acogido. La hospitalidad del equipo de CAU y de los estudiantes locales fue tan cálida como genuina, haciendo que cualquier barrera desapareciera rápidamente. Tuve el
gran honor de ser escogido para dar las palabras de apertura en representación de todos los estudiantes internacionales. De pie frente a una audiencia compuesta por académicos de prestigio, autoridades de la universidad y compañeros de más de una docena de países, sentí no solo orgullo, sino también una profunda responsabilidad. Ese momento marcó el inicio de una experiencia transformadora.
Durante las sesiones académicas exploramos una variedad de temas cruciales: desde la revitalización rural hasta las políticas agrícolas como motor del desarrollo sostenible, pasando por el impacto de la urbanización, el turismo ecológico y las nuevas formas de planificación territorial. Todos estos temas fueron abordados desde una perspectiva global, pero con énfasis en el Sur Global, lo que enriqueció el análisis con casos reales y contextos diversos.
Una de las sesiones que más me marcó fue “Economies of Urbanization”, dictada por la profesora Maia Green de la University of Manchester. Con una claridad excepcional y apoyándose en su trabajo de campo en Tanzania, nos invitó a cuestionar nuestras nociones preconcebidas de desarrollo. Nos habló de cómo ciertos modelos urbanos, muchas veces idealizados en las agendas globales, pueden resultar incompatibles con los intereses, necesidades o incluso los gustos alimentarios de las comunidades locales. Fue una clase que no solo enseñó, sino que provocó una reflexión profunda: ¿de quién es la idea de “desarrollo” que defendemos?, ¿quiénes quedan fuera cuando pensamos en progreso desde esquemas únicos?
Durante el Summer School también tuvimos la oportunidad de visitar organismos internacionales, y escogí asistir a la sede del Asian Infrastructure Investment Bank (AIIB). Allí aprendí directamente de funcionarios cómo seleccionan proyectos elegibles para financiamiento, y descubrí con entusiasmo cómo la transición energética ha ganado un lugar cada vez más central en su portafolio.
Me explicaron que el banco prioriza la infraestructura verde, en línea con los compromisos internacionales. Esta experiencia me permitió ver de cerca cómo los bancos multilaterales, como el AIIB, están convirtiéndose en actores clave para el financiamiento climático global, habilitando proyectos que no solo construyen infraestructura, sino que impulsan economías bajas en carbono.
Xishuangbanna: cuando el desarrollo se toca con las manos
Después de varios días intensos de aprendizaje en las aulas de Beijing, nos dirigimos al sur de China, a Xishuangbanna, en la provincia de Yunnan. Desde el primer momento, el paisaje tropical y las montañas que se dibujan en el horizonte, marcando el límite con Myanmar, nos dieron la bienvenida a un mundo completamente distinto. Esta región es conocida no solo por su
extraordinaria biodiversidad, sino también por su riqueza cultural y su asombrosa diversidad étnica. Aquí, todo tiene vida propia: los colores, los sabores, la música, e incluso la excelente calidad de aire.
Visitamos aldeas como Manluanzhan, donde fuimos testigos de cómo las comunidades locales han sabido transformar su entorno en un destino turístico sin renunciar a su identidad. Las casas tradicionales de la etnia Dai, con una clara influencia arquitectónica tailandesa, techos inclinados, detalles tallados a mano, estructuras elevadas sobre pilotes—, han sido restauradas para funcionar como hospedajes, cafés y centros culturales, conservando su esencia ancestral con un toque moderno. Recuerdo con especial cariño una antigua torre de agua convertida en una cafetería local, donde nos sirvieron un delicioso jugo de maracuyá, mientras escuchábamos a una representante de la comunidad narrar, con orgullo, cómo la economía local ha florecido gracias al turismo consciente.
Xishuangbanna es también un lugar donde la organización comunitaria no es una utopía, sino una realidad viva. Muchos de los proyectos turísticos son gestionados colectivamente, priorizando la redistribución equitativa de beneficios y la formación de jóvenes. Las calles están llenas de vida: artesanos locales ofrecen adornos hechos a mano, tejidos tradicionales, joyas de madera y recuerdos elaborados con meticulosa paciencia. Todo está impregnado de una calidez humana que te hace sentir parte de algo mucho más grande.
Una de las experiencias más mágicas fue participar en el Festival del Agua de la etnia Dai. Durante esa celebración, nos lanzamos agua con los locales como símbolo de renovación, purificación y buenos deseos. Hubo risas, danzas, abrazos, pero también conversaciones profundas, miradas que decían más que mil palabras, y un fuerte sentimiento de gratitud compartida.
Al anochecer, nos reunimos alrededor de una fogata encendida en medio del bosque, bajo un cielo estrellado que parecía abrazar cada historia contada. Esa noche degustamos platos tradicionales, llenos de sabores intensos, aromas exóticos y toques picantes que, para muchos paladares occidentales, resultaron una sorpresa deliciosa. El calor de la comida se mezclaba con la calidez de las personas, que no dudaron en compartir con nosotros su música e historia.
Las instalaciones turísticas ofrecían un nivel de confort y belleza que no le envidia nada a los destinos paradisíacos más conocidos del mundo. Pero lo que realmente hizo la diferencia no fue el lujo, sino la autenticidad. Aquí, el desarrollo se siente y, sobre todo, se disfruta mediante las experiencias. En la sesión de clausura, nuevamente tuve la oportunidad de ser elegido para brindar algunas palabras, en donde desde el corazón, compartí mis mejores experiencias durante las semanas del curso y de las lecciones que me llevaba para Perú.
Reflexiones finales
Volví de China con muchas preguntas, pero también con certezas que me acompañarán por mucho tiempo. El Summer School de CAU me enseñó que los modelos de desarrollo deben anclarse en el contexto local, pero también abrirse al diálogo global. Aprendí que no existe una única manera de “progresar” y que cada comunidad avanza a su propio ritmo, con sus prioridades y su manera única de medir el bienestar.
Esta experiencia no solo amplió mi perspectiva académica y profesional, sino que también me transformó a nivel personal. Compartir este viaje con estudiantes de diferentes culturas, caminar entre arrozales, escuchar historias de transformación contadas en primera persona y repensar constantemente el concepto de “desarrollo” fue profundamente enriquecedor.
Nada de esto habría sido posible sin el generoso apoyo del Centro de Estudios sobre China y Asia-Pacífico de la Universidad del Pacífico, que apoyó enérgicamente mi participación y me brindó la oportunidad de representar a mi institución y a mi país en un espacio tan diverso y enriquecedor.
Llevar su respaldo conmigo fue también una motivación constante para dar lo mejor de mí en cada clase, cada conversación y cada encuentro cultural. Sin duda, este Summer School fue el “highlight” de mi verano. Más que un programa académico, fue un puente entre mundos, una invitación conocer lo desconocido, y un recordatorio que “desaprender” también es dejarse transformar.