Columna de opinión por Antonio Pagán, Investigador del Centro de Estudios sobre China y Asia-Pacífico de la Universidad del Pacífico.
La relación entre estos dos importantes agentes económicos y políticos está marcada por las crecientes discrepancias y la reducción de los puntos de convergencia.
La Unión Europea y China son dos de las mayores economías del mundo, y su voz, no siempre coincidente, está presente en los principales asuntos de la agenda global. No obstante, los acontecimientos geopolíticos recientes y la creciente competición comercial entre ambas han dificultado el desarrollo positivo de una relación que en su día fue vista desde el lado chino como un contrapeso a la más compleja relación con Estados Unidos. ¿Cuáles son los puntos de convergencia y discrepancia entre ambas partes?
Los ámbitos de sinergia entre la Unión Europea y China quedaron de manifiesto durante la presidencia de Donald Trump (2017-2021), quien no sólo lanzó una guerra comercial contra China y amenazó con hacer lo mismo contra sus propios aliados, sino que también rechazó el multilateralismo y retiró a Estados Unidos del Acuerdo de París para hacer frente al cambio climático. En cambio, Bruselas y Pekín encontraron terreno común en la defensa del multilateralismo, la lucha contra el calentamiento global y -paradójicamente- el libre comercio. Pero el empeoramiento del vínculo transatlántico entre Estados Unidos y la Unión Europea no condujo a un estrechamiento de los vínculos políticos de esta última con el país asiático. El motivo radica en la existencia de discrepancias que no han hecho sino acentuarse con el paso de los años, hasta la actualidad.
Desde el lado de la Unión Europea, ésta ha venido lamentando de manera recurrente el insuficiente acceso al mercado chino, que en determinados sectores privilegia a las compañías locales (en no pocas ocasiones de carácter estatal) en detrimento de las extranjeras. Además, los subsidios concedidos a algunas industrias son vistos como un desafío para algunos ámbitos de la propia actividad empresarial europea, como sucede por ejemplo en el sector automovilístico, que aguarda con preocupación la llegada de los autos eléctricos chinos. A esto se añaden también las críticas sobre la situación de los derechos humanos en China y el agravamiento de la brecha política entre ambas partes como consecuencia de la creciente asertividad china y la postura del país asiático sobre la invasión rusa a Ucrania del año 2022.
Por su parte, China se encuentra insatisfecha ante el hecho de que, desde el año 2019, la Unión Europea la considere no sólo como un socio, sino también como un competidor económico y como un rival sistémico, consecuencia de la creciente brecha política e ideológica entre ambas partes. Además, en el país asiático causa rechazo el recelo con el que la Unión Europea ha recibido las redes 5G de Huawei, así como la idea de que algunos de sus estados miembros puedan cerrar filas con Estados Unidos a la hora de restringir la exportación a China de determinados productos clave, como equipamiento para la fabricación de chips y tecnologías de doble uso civil-militar, lo cual es visto como un intento para contener su ascenso internacional.
Para que una mejora de la relación entre ambas partes sea posible a mediano plazo, se hace necesario que éstas puedan llegar a acuerdos en los puntos de disputa anteriormente mencionados. Lo cual no será fácil, como demuestra el hecho de que el Acuerdo Integral de Inversión (CAI) entre China y la Unión Europea lleve bloqueado desde el Parlamento Europeo desde el año 2021 como consecuencia de la aplicación de sanciones por parte de Pekín contra algunos de los miembros de éste. Además, la rivalidad geopolítica y las consideraciones de seguridad nacional parecen tener cada vez un mayor protagonismo, lo cual actúa en detrimento de la cooperación económica. Los próximos acontecimientos que estén por venir pondrán a prueba los cimientos de una relación cada vez más compleja.